¿Cárcel o refugio? ¿Solidez o rigidez? A veces en la vida, algo se nos desmorona y creemos que nos vamos a desmoronar nosotros también. Es difícil distinguir que lo que se derrumba no somos nosotros, sino aquello con lo que nos hemos identificado taaaaaanto, que creemos “ser” eso. .
Supongamos que se termina inesperadamente algo en lo que basamos nuestra seguridad (un trabajo, una relación, una creencia, un sentimiento). Podemos vivirlo como una catástrofe, algo sorpresivo, que no anticipamos. Pero La Torre simboliza una liberación. Es como una conversación traumática entre el ego (el deseo personal que quiere las cosas a su manera) y el sí mismo (el ser esencial que es mucho más sabio). La porfía del “yo” se resiste a lo que la vida le trae y lo vive como un “destino” tremendo.
La Torre de Babel es un relato para considerar: la soberbia humana convencida de que para llegar al cielo, basta construir una estructura que se eleve hacia la cima (aunque llegáramos, ¡nunca seremos dioses!). Nuestra soberbia olvida que el cielo (la dimensión espiritual), en realidad, se encuentra en nuestra interioridad. Lo alto habita en lo profundo. Una construcción artificial no es equivalente al crecimiento orgánico y a veces una caída estrepitosa es lo que necesitamos para aprender la diferencia.
La Torre nos pide una entrega. No podemos redoblar la apuesta y querer reconstruir. Si hacemos el trabajo que nos pide, descubrimos que aquello, nos limitaba más de lo que nos empoderaba. Que la sorpresa es el resultado de la negación a ver lo que estaba bien a la vista. Que la libertad ganada es potencial de crecimiento verdadero.
SE TRATA DE CRECER EN VEZ DE CONSTRUIR. Porque la construcción no tiene sangre que circule, no está viva, no respira, no tiene savia ni agua. La Torre es de ladrillos y su caída nos pide que aprendamos a ser jardineros en vez de albañiles: que nos cultivemos, para crecer como un árbol.